A veces he pensado que no eras real, igual era eso lo que necesitaba. Que no fueras real. No tenerte sentado al lado y sentir como el corazón saltaba de felicidad y excitación por tenerte cerca. No sentir que el mundo estaba dentro de mí y daba vueltas de forma vertiginosa. No sentir tu risa, ni sentir como tarareábamos la misma melodía. O esa comprensión inexplicable, de saber que sabíamos todo el uno del otro, sin saber nada. Que tu realidad y la mía, igual nunca debieron cruzarse. Que quizás sí que debí salir corriendo y no volver. Que quizás tú no debiste desear más, ni darme juego. Y es que tu realidad y la mía, no estaban destinadas para esta vida. Pero tu alma y la mía sí, de siempre, y se reconocieron a pesar del miedo. Y jugaron a ser felices y desafiar al tiempo y al destino, a sabiendas que nos jugaba en contra. Pero nos dio igual. Tal vez no fue real. Tal vez era demasiado bonito para ser cierto. Y éramos conscientes que no iba a ser un final de película. Que lo nuestro era más bien un homenaje a Romeo y Julieta. Una apología de lo que no debe ser, del desastre. Una cicatriz más en dos corazones hastíos. Una cicatriz mutua. Pero siempre llega el momento de la resignación, de dejar de negar lo innegable. De recapacitar. De madurar. De decir adiós. Y eso hicimos. Sí. Adiós. Pero hoy he abierto los ojos y ahí estabas tú. Tu sonrisa. Tu calor. Tu olor. Y tus ojos. Esos preciosos ojos oscuros que saben tanto y tan poco de mí, y que sin embargo, me miran como nadie. Lo juro, estabas ahí. Lo juro, que tuve que parpadear más de dos veces, para creerlo. Lo juro, que te devolví la sonrisa, que extendí la mano y toqué tu pecho. Lo juro, lo juro, que fue real, pero te desvaneciste. Y que por un momento deseé que nunca hubieras sido real. No haberte reconocido aquel día. No haberte sentido. No haberte besado. Nunca haber cogido tu mano. Nunca haberte escuchado llamarme tesoro. No haber pasado meses cerrando los ojos y viéndote. Nunca haber deseado otra vida. No haber alimentado mis sueños. Negar tu completa existencia, esa que forma parte de mí. Pero la realidad siempre llega, siempre atiende, siempre aplasta. Viniste a verme…Y te desvaneciste.
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