Recorrí muchas calles, hasta que un día llegué a la senda que llevaba tu nombre. Quería correr hasta la meta, y vencerme. Plantarme ante tu nombre y ver que no me conmovía. Volver a alejarme corriendo otra vez, y darle una medalla al olvido con mano firme. Pero no pude. Me quedé parada. La tierra bajo mis pies, parecía haberse vuelto fango, dejándome anclada. Haciéndome sentir, algo similar al sentimiento de pertenencia. Al nexo entre tu nombre y el mío. Parecía que era la primera vez que todo cobraba sentido, que mis pulmones realmente trabajaban. Agitados y llenos.
Me sentí manar, como si un río de lava me transportara a la primera vez que nos vimos. Esa que ya ni el tiempo recuerda. Y allí, en esa cadencia, sentí cómo quien habita debajo de mi piel, me estrujaba el corazón, hasta asfixiarlo. Comiéndose mis latidos con sus manos. Y con una risa loca, me pedía más. Más recuerdos que chupar, que absorber, y de los cuales alimentarse. Más olor, más piel, menos yo. Menos yo, ya que tenía que desvanecerme, para que la línea plateada de la realidad viniera a encontrarme.
Me sentía como un colibrí, libando alguna que otra flor que se posaba en mi boca, de otra boca. De boca a boca. Como el murmullo que te nombra. Como ese viento que levanta las hojas secas y anaranjadas del otoño que pasé con tus manos abrigando las mías. Y que ahora me azota en la cara, y me huele a ti.
Un ocaso más, al que miro con ojos desafiantes, segura de que soy militante sin patria ni bandera, de un amor que no pertenece a nada ni a nadie. Porque quise regalarte todo, y ya no es mío. Nada es mío, salvo tú.
Esta obra cuyo autor es Noemí Quesada está bajo una licencia de Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional de Creative Commons.
Sigue así .con ganas de más..
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Muchas gracias ☺️
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