Se han ido, pero están. Yo sigo en el mismo lugar, pero también me fui. Al menos una parte de mí, y de esos cientos de mujeres, que han esperado a través del tiempo por un milagro. Por su momento, o por una simple rendición. Ánimas en tránsito, que coexisten conmigo, y son el eco que retumba tras mis pasos muertos de paz. Frágiles, como corteza de árbol resquebrajada. Visten de negro, y su moción grácil, es repetir, sus destinos fatales. Entre ellas se llevan flores a sus tumbas, donde nadie nunca lloró.
Van en fila india, no sea que sus miradas, se encuentren y revelen un vacío al descubierto. Una razón más para paralizarse, y salirse de esa rutina ancestral. Tradición que se había comido, todo lo humano que había en esos esqueletos danzantes.
Yo observo, a esta especie de Santa Compaña, para ver si puedo reclamar lo que es mío, antes de que sea demasiado tarde. Pues la música empieza a sonar en mis oídos, y mis pies… ellos… no pueden estarse quietos.
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